sábado, 23 de febrero de 2019

El Hermanito

Hay muchas maneras de empezar esta historia y en eso radica la dificultad del relato. Si lo llegara a contar Raquelita, seguramente diría: “Una tarde de domingo en febrero…”.
Pero la historia realmente comienza mucho antes. Quizá poco tiempo después de la insólita aparición de la isla de Raquelandia, cuando la reina se sintió un poco sola. Cuando miraba a otras familias y se le antojaba que la suya debería ser algo más numerosa. De seguro tener otro niño en casa llenaría de juegos las tardes y podría compartir esas cosas que solo entre pequeños se puede alcanzar. Nada conseguía llenar ese espacio, ya que los amigos en algún momento tienen que regresar a sus casas, y el gato Cuba era demasiado perezoso y no entendía de muñecas. El imaginario Pasti, con sus rizos de tornillos de pasta, dejaba a menudo caer la taza de té, o quería hacer cosas que a ella sabía que no debería hacer. Por otra parte, los adultos pueden ser cariñosos y tener las mejores intenciones, pero su niño interior no está siempre a flor de piel. Se requiere de ciertas condiciones especiales para que los dejen salir a jugar y visitar la isla sin amarres ni tapujos. Ella quería un hermanito.
Por eso fue tan difícil cuando papá y mamá se sentaron con ella y le dieron la triste noticia. La doctora a la que habían consultado les dijo que sería muy difícil la concepción del deseado compañero y que un embarazo podría poner en peligro a la criatura.
En su momento lloraron los tres y la vida puso en sus zapatos una piedrita de esas que molestan, hasta que el tiempo forma un callo y te deja seguir andando sin que duela, pero con la conciencia de que la arenita sigue ahí.
Pasó el tiempo y llegó a la casa una perra que colmó de cariño a los habitantes de la casa por igual… o casi, ya que el felino jamás llegó a tenerle confianza del todo. Eran cinco los que compartían los días, las emociones y los retos que la vida te va regalando. Pero la inquietud jamás dejó a la niña por completo. Un día de esos de carretera declaró nuevamente: “Quiero un hermanito”. Los padres se miraron, sonrieron con ternura y le recordaron lo que habían hablado en más de una ocasión. “Entonces, ¿podemos adoptar uno?” “Corazón, no es tan fácil, hay que pensar muchas cosas y estar muy seguros de que podríamos darle el hogar que se merece”. Hubo un silencio en el auto, suficiente para recorrer un par de kilómetros y se escuchó de nuevo su dulce voz “… bueno, ¿ya lo pensaron?”.
Un diciembre cualquiera la mamá de la familia se sintió inquieta. Algo fallaba en las cuentas del calendario lunar que retrasaba el inicio de un nuevo ciclo. Papá siempre tranquilo lo atribuyó al cambio de alimentación, el estrés, la salinidad del agua, el cambio climático y los rayos ultravioleta. Para ello una prueba sencilla, de esas que se compran en la farmacia le dio la razón. Pero pasaba el mes y la luna nueva seguía sin aparecer. Se compró otra prueba y se prometió que al día siguiente harían cita con la doctora, sin importar el resultado.
Buscando la primer agua del día y ante la imposibilidad de seguir durmiendo con respuesta tan cerca, la reina madre se levantó a las cuatro de la mañana y tras esperar cinco minutos tuvo que despertar a tronco que roncaba a pierna suelta junto a ella. “Marido… es positiva” “¿Quién?” “¡La prueba!” “hmmm… la… mmm...” y fue ahí cuando él se incorporó cual resorte, la tomo de las manos y le dijo “¡Qué miedo!”
Decidieron guardárselo hasta estar seguros de que todo estaría bien. Quizá fue la prueba más difícil que habían decidido poner sobre sus hombros. Pero había demasiada ilusión en juego, demasiadas cosas, demasiada alegría y al mismo tiempo, todo era muy frágil.
Pero los niños tienen una intuición que a veces raya en lo sobrenatural. Un día la pequeña se acercó a su mamá, la abrazó y disparó a bocajarro “Estoy feliz mamá, ¿sabes por qué? ¡Porque sé que este año habrá un integrante más en la familia!”. El corazón de la madre saltó ante la declaración. Contuvo la respiración mientras los pensamientos se le agolpaban en la garganta “¿ah sí?”  “Si mamí, vamos a adoptar otro perrito”, “ja ja… no creo corazón… ja ja”.
Llegó el tercer mes de embarazo y el ultrasonido mostraba imágenes portentosas de un diminuto niño sano que demostraba que los milagros suceden todos los días y que los tenemos al alcance de la mano. El doctor hablaba mientras sus padres se enamoraban del pequeño que aún no los conocía. Salieron del consultorio eufóricos y con las conciencias libres de gritarlo a los cuatro vientos. Llamaron a los abuelos y se que quedaron de ver con ellos para darles la noticia. Pero esperaron un día más para hablar con la niña.
Fue así como una tarde de domingo en febrero los papás de Raquelita la sentaron en el sillón de la sala y le dijeron: “¿te acuerdas que querías un hermanito?” “Si, pero ya me dijeron que no se puede” “Pues, lo que pasa es que te tenemos una noticia, en la panza de mamá hay un bebé”. Ella miró desconcertada al papá que siempre anda de guasa “¿no es broma?” “No mi vida, vas a tener un hermanito”.
Se paró de un salto y se volvió a sentar. Luego lloró sin consuelo para ponerse de pie nuevamente y comenzar a reir y gritar, abrazando y derramando aún más lágrimas, pues cuando el sentimiento es tanto, no cabe en el cuerpo y por algún lado tiene que salir.
Lo que siguió fue pura felicidad y esperanza. Se arregló el cuarto para el bebé. Se compró cuna. Vinieron las fiestas y las revisiones. Con colores la niña decoró el vientre de la mamá donde se veía con una familia con una niña feliz, un perro y un gato, pues Xavi tenía que ver a donde iba a llegar. Abuelos, tíos y amigos participaron de la felicidad y acompañaron a la soberana de Raquelandia en  la espera que se sentía corta e interminable al mismo tiempo. Con el cariño que siempre han tenido y demostrado, ayudaron a despejar dudas y encontrar seguridades donde parecía que sólo había incertidumbre.
A la una y media de la tarde del 16 de Julio del 2014 llegó al mundo Xavi, quién urgido de participar en las festividades quiso adelantar un mes su llegada. Más pequeño sin duda de lo que la niña esperaba, y desde luego no podía jugar todavía. Tendrían que pasar un tiempo para que hiciera algo más que comer y dormir. Pero era poca cosa ante la llegada de este compañero que habría de compartir camino con ella y a quien podría mostrarle poco a poco todos los recovecos divertidos y luminosos, los pasajes obscuros y los puentes inciertos que dan miedo, las llanuras de paz y la música que en todo momento puebla la hermosa isla de Raquelandia.

jueves, 18 de mayo de 2017

Viejos Conocidos


Nos conocimos un día jueves. La realidad es que nadie nos presentó formalmente pero me simpatizó desde el primer momento. Ese caminar pausado hablaba de la sabiduría que cargaba a rastras y que no sólo venía de los años, también de una vida dura y de un pasado que quizá querría olvidar.

Sus ojos negros me miraron sin desconfianza y se acercó a olerme con desenfado. La realidad es que yo no sabía cómo me debía comportar. Su presencia en la futura escuela de mi hija era intrigante.  Inusual del todo.

Fue cuando llegó ella y rompió el encanto y la fascinación.  Ella sí que era desconfiada. Mucho más joven que él y con instinto maternal  me miró con desconfianza. Toda ella se mostraba protectora de los niños que corrían por el pasillo de la escuela, los que estaban en el patio y los que estudiaban en las aulas. Ella si exigía una presentación formal y se la pidió a Laura.  “Ellos son Kenia y Golfo…” dijo la directora de la escuela acariciando la cabeza de la perra negra mientras el viejo pastor alemán daba media vuelta, bostezaba y se tendía en el suelo justo donde había un manchón de sol.

Desde ese día nos volvimos buenos conocidos. Me acostumbre a verlos cuando visitaba la escuela y se volvieron parte necesaria del paisaje. No había vez que al recorrer el pasillo no viera a Golfo dejándose acariciar por algún niño o por algún maestro. Siempre vino a saludar buscando las manos del visitante, pidiendo una caricia y preguntando si no habría alguna golosina que le pudieras compartir.

Sabía de buena fuente que no le gustaba ver a los niños llorar. Mi hija regresó más de una vez contando como él la había acompañado durante un  episodio de frustración o enojo.
También conocí algunas de sus fechorías. Mi mujer y yo nos moríamos de risa durante un festejo navideño cuando en la cocina, se alzaron muchas voces de mamás voluntarias que sirviendo platos no habían notado la presencia de Golfo, quien aprovechándose de su sabiduría canina, había visto una oportunidad de oro para participar de la comida de Navidad.

O la ocasión en la que Raquelita rompió a llorar en el coche de regreso a casa cuando la mamá le preguntó si los tacos dorados del lunch habían estado ricos. Ella denunció al ladrón del último y más preciado taco, aquel que tenía más crema y queso. El beso maternal de consuelo fue acompañado con esta pregunta: ¿A cuántos niños conoces que puedan decir que el perro de su escuela le robó su lunch?


La semana pasada lo vi cansado. Con andar penoso fue a recibirme como siempre, y como siempre le rasqué el hocico y detrás de las orejas. Luego me quedé pensando en los años que llevamos de conocernos, me puse en cuclillas para mirarlo a los ojos y darle las gracias por ser parte de la historia de nuestra familia.

domingo, 23 de abril de 2017

HIJOS DE TODOS

Definitivamente no soy amante del McDonald’s. Mejor dicho, no me gusta. Pero hay que reconocerles que tienen algunas estrategias de venta excelentes y que atraen a los niños como el insectronic a los mosquitos. Nomás pasas junto a uno y no son capaces apartar la vista.

Ese día fuimos porque prometí llevar a mi pequeña de seis años a los juegos de ese centro de perdición si es que se portaba bien y terminaba de recoger el cuarto. Yo juré que con esto último me iba a librar, pero…
La tarde rozaba las cinco y aproveché el incidente para ganarme unos puntos extras con la dueña de mis quincenas sugiriendo que ella se quedara a descansar mientras yo cumplía condena. Diez minutos más tarde ya estábamos ante el mostrador pidiendo el juguete que venden y que incluye algo así como una hamburguesa y papas de plástico. Inmediatamente busque un lugar estratégico para acomodarnos: justo en la única entrada del área de juegos en una banquita para dos, así no tendría que compartir mesa.

El lugar estaba a reventar. Gritos, lloridos, carcajadas, mamás rogándole a sus hijos que se bajaran del juego pues ya se iban, en el salón de fiestas estaban masacrado “las mañanitas” y entre todo eso la voz de Raquelita desde lo alto del juego pidiendo atención y que la mirara para aplaudir la hazaña de haber conquistado su pequeño Everest.

La saludé desde abajo, me senté y saqué, iluso de mí, un libro. Estaba buscando la página en la que me había quedado cuando llegó corriendo un niño a dejar su juguete en mi mesa. Antes de que pudiera decir cualquier cosa ya se había ido y otro llegaba a pedirme una papa. Se la di casi al tiempo que una niña me pedía que le dijera al güerito de camisa verde que ya era su turno al volante del camión de bomberos. Yo trataba de explicarle que ese no era mi hijo, pero era evidente que ese detalle carecía de importancia, yo era un papá en McDonald’s y ahí todos son hijos de todos. Fui a dialogar con el usurpador de turnos mientras buscaba a la que sí era mi hija. Ahí estaba, dentro de una burbuja de plástico contándole a una niña mayor que ella no sé que historias sobre Raquelandia
.
Nuevamente en mi puesto intenté leer mientras defendía los juguetes: el abandonado por el primer niño y el que dejó mi pequeña mientras se trepaba al juego. Un párrafo más tarde levanté la mirada y la busqué. No estaba. Me paré para asomarme dentro de la burbuja de plástico sin hallarla. Tampoco en el camión de bomberos. La busque entre las mesas del área de juegos, pues no podía haber salido, ya que yo, era el guardián de la puerta y por ahí no había pasado. Comencé a inquietarme cuando no la hallé en el tobogán. Salí entonces al restaurante a buscarla.

No había dado más de dos pasos fuera del área de juego cuando noté que una señora me hacía señas con la mano. “Aquí está” decía el ademán y luego con las palmas abiertas me pedía calma. ¿Era a mí? Pero yo a esa señora ni la conocía y ella no podía saber a quién buscaba. Al acercarme un poco más vi a Raquelita en la silla de junto despachándose las papas de la dama que me había hecho los ademanes de reconocimiento.
La señora sonreía con ternura mientras la glotona pedía más cátsup y le sonreía de vuelta a su proveedora de polímeros salados. Cuando me acerqué la primera en hablar fue la niña:

-          – Mira papá. Ésta me dio papas.
-          – Corazón – dije asustado y avergonzado - ¡Qué susto me diste! Y además te estas comiendo las papas de la señora. Y no se dice “Ésta”. Perdóneme en serio, se me escapó y no vi ni por donde se salió. En serio, que pena… y además se está comiendo sus papas.
-          Tranquilo joven – comentó la señora con una calma que ya hubiera querido tener yo – Raquelita salió de la fiesta diciendo que no encontraba a su papá que era un señor de azul. Así que cuando vi que alguien de azul salía con cara de miedo, supuse que era usted el papá de esta adorable niña. Pero siéntese, no se preocupe. ¿Usted no quiere una papa?

Con las mejillas color jitomate me senté mientras rehusaba ser cómplice del crimen de mi hija. Al parecer la niña había entrado de forma ilegal a la fiesta en desarrollo y de ahí fue a buscar a:  a) Un donador de papas y b) a su papá. Habiendo encontrado su primer objetivo se estacionó en el lugar hasta que dos minutos después aparecí yo.

La señora se presentó como Norma y reía ante las ocurrencias de la soberana de Raquelandia. Dijo estar encantada de conocernos. Me presenté y tras pedir nuevamente disculpas le ofrecí comprarle un café ya que de las papas no quedaba nada. Aceptó y después de unos minutos conversábamos sobre los niños, el McDonald’s y Raquelandia. Preguntaba sobre la peque y yo sin saber porqué quise contarle su historia, que desde luego, es la nuestra.

Son esos momentos extraños en los que entras en confianza con alguien a quien no conoces. En los que se abren las puertas que procuras mantener cerradas. Momentos que difícilmente se olvidan por ser tan escasos y tan únicos.

Le conté de mis aprensiones y preocupaciones, de mis dudas, de mis alegrías y de lo difícil que es imaginarse el futuro mientras se vive en Raqueladia. Y después de mi monólogo guardé silencio. Tomé café y miré a la pequeñita que tomaba su postre de pay de manzana ajena a la tormenta que se había desatado en mi corazón. Fue ahí cuando por fin habló Norma.

-          – ¿Xavier, te das cuenta de lo curiosa que es la vida? ¿De lo maravillosa y extraña que es? Como nos da oportunidades y nos pone en el camino de gente que jamás hubiéramos pensado en conocer. Por ejemplo, yo no vivo en Toluca. Estaba pasando por aquí de regreso a México y decidí pararme a comer y descansar un poco. De hecho, ni siquiera me gusta el McDonald’s, pero era lo que estaba a la vista cuando sentí la necesidad de detenerme. A ustedes, como familia, la vida les dio el privilegio de cuidar de un ángel. Y a mí, hoy, me regaló la oportunidad de conocerlos y de estar aquí para que me contaras esta hermosa historia. Lo más seguro es que jamás nos volvamos a ver, pero créeme que ésta es de esas experiencias que no se olvidan.
Me agradeció el café, le pidió a Raquelita que tuviera más cuidado para la próxima y tomando su bolsa salió del restaurante dejándome un nudo en la garganta y una niña feliz.

Norma, no sé si aún te acuerdas de nosotros. Pero yo si me acuerdo de ti y del breve encuentro en un restaurante que a ninguno de los dos nos gusta. Aún me acuerdo de la sensación con la que regresé a casa ese día y le conté a mi mujer lo ocurrido, esa ligereza de haber descargado lastre innecesario. Y me acuerdo de ese día en el que descubrí, que en ese tipo de lugares, en más de una ocasión, todos los niños son hijos de todos.

viernes, 27 de mayo de 2016

GATOS DE ALFOMBRA

GATOS DE ALFOMBRA
16 de Marzo del 2012

Metepec, Estado de México

El día llegaba a su fin de una manera poco usual en algún lugar que no parece Raquelandia. Pues si esto fuera más como Raquelandia los súbditos se encargarían de todos los preparativos, mientras la reina absoluta del lugar sólo se encargaría de jugar. Pero no fue así.

La idea surgió de un programa de televisión (como suele pasar en estos casos) y como los gusanitos de las manzanas, se abrió paso hasta instalarse de forma definitiva como un verdadero deseo: “quiero acampar”.

Los padres de la niña la miraron con curiosidad y diversión, “claro que si corazón, pero ¿qué quieres hacer en el campamento?” a lo que la pequeña contestó sin la menor duda “quiero sentarme enfrente del fuego y contar historias de terror”. Ahí quedó la cosa. No se habló más del tema durante algunas semanas.

Pero el gusano de la curiosidad siguió su camino al corazón de la manzana y con mayor frecuencia se escuchaba a una niña que jugaba en su cuarto al campamento. En alguna ocasión incluso invitó a papá a la aventura campestre, o quizá fuera boscosa, donde encendieron fogatas y pescaron en un río.

Sobra decir que los papás de la pequeña aventurera se han distanciado de la raíz misma del ser primitivo que busca en bosques y praderas un lugar donde pasar la noche. Digámoslo de esta manera, habían pasado ya muchos años desde su última fogata y entienden por “fuego salvaje” aquel que está en el  asador en donde con dominical frecuencia cocinan lo que han podido cazar en sus expediciones al supermercado.

Un buen día el entusiasmo les ganó a todos cuando desandaban, o mejor dicho, “desmanejaban”  el camino que los había llevado de su casa a la de los abuelos. “Sale, el viernes que viene hacemos un ensayo en la casa”. La reina de Raquelandia no les creyó y puso a buen resguardo  el recuerdo de la promesa. Y tan bien guardado estuvo que ya luego no lo encontró.

Pero papá llegó de un viaje de negocios y a quemarropa preguntó a mamá si tenía todo lo necesario para la expedición casera, para su aventura nocturna. La madre confirmó que, siguiendo su instinto natural de recolectora, estuvo yendo y viniendo para conseguirlo todo. Él sacando el pecho y con un sonido gutural dijo con seguridad incomparable: “pues hay que armar la tienda de campaña y encender el fuego que hoy acampamos en la sala de la casa”.

La niña no salía de su asombro, pero en su papel de reina no quería ayudar a mamá a cargar con almohadas y frazadas. Y la idea de acarrear madera de la cajuela del coche al asador no parecía demasiado atractiva tampoco. Pero el pueblo se le reveló y tuvo que ceder ante el plantón inminente de los súbditos, y cargó con su pijama y con “bonita” la jirafa que abrasaría durante la noche.

Haciendo alarde de destreza, el varón del grupo sacó un pequeño asador de piso (algo así como una cazuela grande) y con utensilios rudimentarios  como lo son el keroseno y el encendedor, hizo  fuego en el patio trasero de la casa que, aunque de reducidas medidas, ha servido para aquello del asar y del sentirse “iron-chef”.

Mientras la fogata terminaba de cobrar vida el grupo de campistas levantó su campamento. Pusieron en medio de la sala una casa de tela con adornos de Dora “la exploradora” y metieron un colchón inflable con idénticos motivos para la reina. Los vasallos ya no alcanzaron bolsa de dormir y tuvieron que usar el edredón de la cama patriarcal a modo de petate, pues la alfombra, aunque buena para andar descalzos, no deja de ser algo dura para dormir.

Ya entusiasmados con los resultados se sentaron frente al fuego, como tantas y tantas generaciones lo han hecho a lo largo de la humanidad, a contar historias. Su majestad, quiso hacer uso de la palabra y compartió con sabiduría el cuento de dos conejos de pascua que iban al bosque  de campamento y se encontraron con un oso tenebroso y una cobra y... ya, se acabó el cuento.  “¿Nada mas así?” clamaron los oyentes, “si, nada mas así”.

Hicieron un intermedio para que papá sacara la guitarra y mientras cantaba aquella clásica melodía de “Susanita tiene un ratón” se pusieran al fuego las salchichas. A los grandes, estas mismas les supieron a recuerdo, a la más pequeña le supieron a quemado. Pero seguían contentos los campistas de patio y decidieron pasar al postre ensartando bombones en palitos para brocheta. Para esta ocasión, mamá tenía la historia perfecta que hablaba de una niña que iba por primera vez de campamento y que por primera vez asaba bombones y quedaba sorprendida, como realmente sucedió, cuando el suave caramelo se convirtió en una pequeña antorcha.

La cara de nuestra hija fue un poema cuando probó su primer malvavisco asado. “Mmmm! Pero sin la costrita negra, que esa no me gustó”. Y mamá decía “¡pero si es lo más rico!” “Entonces tú te comes lo quemadito y yo lo de adentro”.

Así, entre historias, salchichas, canciones y bombones decidieron que era hora de dormir. Se pusieron pijama, como jamás lo hacen los verdaderos campistas, y contaron un último cuento de príncipes y princesas, como solía pasar en los bosques con piso de tierra y pino. La aventurera bostezó y entrecerró los ojos. Los mayores salieron de la tienda de campaña para cerrar la jornada como solo los más experimentados lo pueden hacer. Conectaron los celulares para que no se descargaran, metieron los platos en la lavavajillas y cosecharon las siembras virtuales que amenazaban con echarse a perder. Luego entraron en la diminuta casa que habían levantado en medio de su sala y se acostaron en su improvisado lecho, sufriendo la incomodidad de un suelo duro y sacando los pies por la puerta, durmieron abrazados como familia, que más que tigres de asfalto resultaron ser gatos de alfombra.

Raquelandia

Junio, 2010
Metepec, Estado de México


Miraba a mi hija con emociones encontradas. Por un lado  me divertía la ocurrencia, por otro me enojaba pensar que era un acto de rebeldía total: "En Raquelandia nadie va a la escuela". Más tarde discutía que "en Raquelandia se puede ver la tele todo el día, y los niños no tienen que hacer tarea".

"Bueno chaparra, esto está muy bien, pero hoy estás en México y aquí si hay que hacer tarea" respondía su madre mientras se armaba de paciencia y valor ante la nueva plana de trazos que tanto nos cuestan.

Así fuimos entrando cada día más en Raquelandia, en donde de los árboles crecen Duvalines, donde los niños se pueden dormir a la hora que su gana se les da, donde los clavados en la alberca son al estilo Raquel y no hay que salirse del chapoteadero hasta que estemos como verdaderas pasitas.

En uno de esos días y ya cansados de oír la cantaleta me le quedé viendo a los ojos le y dije: "Amor, ya sé que en Raquelandia los niños no van al baño antes de salir a carretera, pero Raquelandia sólo está en tu imaginación y aquí en la realidad sí tenemos que ir al baño".  No lo hubiera hecho. Me costó media hora de lágrimas y sentimientos porque yo, el superignorate papá, no sabía que el fabuloso lugar si existe. Tuve que batirme en retirada y pedir tregua para que no llegara a mayores.

El pasado martes fuimos con la psicóloga para nos platicara de los avances de Raquel y para que, como siempre, nos diera oportunas instrucciones de como poder seguir apoyándola. Durante la plática salió el tema "Raquelandia", pues la niña le comentó a Vero (su psicóloga) que en este país los juguetes no se tienen que guardar después de jugar con ellos. La terapeuta aprovecha para decirle que este mágico lugar es imaginario y la niña frunce el ceño y discute. Su último recurso es ir a una fuente inagotable de sabiduría que les demostrara a todos que viven en el error: "Vero, ¿lo podemos buscar en la compu?".

Si, ya se imaginan el resto. Google. Raquelandia. Enter... 25,700 resultados.

www.raquelandia.eu  es la página de la poetisa Raquel Villalobos, que además de poesías dedica mucho tiempo en el internet para platicar sus viajes por España y hasta fotos del mueble que puso en su oficina.

Así que Raquelandia si existe, y hoy comienzo a descubrir este hermoso lugar, que algo dista de lo que mi hija cuenta, pero no por ello es menos maravilloso.

Gracias pequeña, por tu inocente y maravillosa sabiduría.

Papá.



(primer poema de en la página de "Raquelandia")
Mundo de fantasía

Muñequita engalanada con aires de felicidad,
vistes de ensueño tus horas, para tratar de no llorar,
tu fantasía inusitada alcanza límites insospechados,
cambiarías el mundo entero, si todo estuviera en tus manos.

A tu alrededor te dicen:"No sueñes tanto",
pero si no lo hicieras, sólo cabría el llanto,
¿tan dañino es creer aún en cuentos de hadas?
¿tan perjudicial es soñar con esa persona amada?.

Seguirás alimentando tus sueños,
con el dulce de las miradas,
con la calidez de las sonrisas,
con las caricias encandiladas…

Apreciarás en el brillar de los ojos,
la chispa que toda persona guarda,
seguirás admirando a cada paso,
cada nube, cada sol, cada alba…

Y aún te seguirán preguntando,
si acaso estás enamorada,
y te reirás pensando que lo estás,
de ésta, tu vida regalada.


Raquel Villalobos. (http://www.raquelandia.eu/poemas.html#c70)