sábado, 23 de febrero de 2019

El Hermanito

Hay muchas maneras de empezar esta historia y en eso radica la dificultad del relato. Si lo llegara a contar Raquelita, seguramente diría: “Una tarde de domingo en febrero…”.
Pero la historia realmente comienza mucho antes. Quizá poco tiempo después de la insólita aparición de la isla de Raquelandia, cuando la reina se sintió un poco sola. Cuando miraba a otras familias y se le antojaba que la suya debería ser algo más numerosa. De seguro tener otro niño en casa llenaría de juegos las tardes y podría compartir esas cosas que solo entre pequeños se puede alcanzar. Nada conseguía llenar ese espacio, ya que los amigos en algún momento tienen que regresar a sus casas, y el gato Cuba era demasiado perezoso y no entendía de muñecas. El imaginario Pasti, con sus rizos de tornillos de pasta, dejaba a menudo caer la taza de té, o quería hacer cosas que a ella sabía que no debería hacer. Por otra parte, los adultos pueden ser cariñosos y tener las mejores intenciones, pero su niño interior no está siempre a flor de piel. Se requiere de ciertas condiciones especiales para que los dejen salir a jugar y visitar la isla sin amarres ni tapujos. Ella quería un hermanito.
Por eso fue tan difícil cuando papá y mamá se sentaron con ella y le dieron la triste noticia. La doctora a la que habían consultado les dijo que sería muy difícil la concepción del deseado compañero y que un embarazo podría poner en peligro a la criatura.
En su momento lloraron los tres y la vida puso en sus zapatos una piedrita de esas que molestan, hasta que el tiempo forma un callo y te deja seguir andando sin que duela, pero con la conciencia de que la arenita sigue ahí.
Pasó el tiempo y llegó a la casa una perra que colmó de cariño a los habitantes de la casa por igual… o casi, ya que el felino jamás llegó a tenerle confianza del todo. Eran cinco los que compartían los días, las emociones y los retos que la vida te va regalando. Pero la inquietud jamás dejó a la niña por completo. Un día de esos de carretera declaró nuevamente: “Quiero un hermanito”. Los padres se miraron, sonrieron con ternura y le recordaron lo que habían hablado en más de una ocasión. “Entonces, ¿podemos adoptar uno?” “Corazón, no es tan fácil, hay que pensar muchas cosas y estar muy seguros de que podríamos darle el hogar que se merece”. Hubo un silencio en el auto, suficiente para recorrer un par de kilómetros y se escuchó de nuevo su dulce voz “… bueno, ¿ya lo pensaron?”.
Un diciembre cualquiera la mamá de la familia se sintió inquieta. Algo fallaba en las cuentas del calendario lunar que retrasaba el inicio de un nuevo ciclo. Papá siempre tranquilo lo atribuyó al cambio de alimentación, el estrés, la salinidad del agua, el cambio climático y los rayos ultravioleta. Para ello una prueba sencilla, de esas que se compran en la farmacia le dio la razón. Pero pasaba el mes y la luna nueva seguía sin aparecer. Se compró otra prueba y se prometió que al día siguiente harían cita con la doctora, sin importar el resultado.
Buscando la primer agua del día y ante la imposibilidad de seguir durmiendo con respuesta tan cerca, la reina madre se levantó a las cuatro de la mañana y tras esperar cinco minutos tuvo que despertar a tronco que roncaba a pierna suelta junto a ella. “Marido… es positiva” “¿Quién?” “¡La prueba!” “hmmm… la… mmm...” y fue ahí cuando él se incorporó cual resorte, la tomo de las manos y le dijo “¡Qué miedo!”
Decidieron guardárselo hasta estar seguros de que todo estaría bien. Quizá fue la prueba más difícil que habían decidido poner sobre sus hombros. Pero había demasiada ilusión en juego, demasiadas cosas, demasiada alegría y al mismo tiempo, todo era muy frágil.
Pero los niños tienen una intuición que a veces raya en lo sobrenatural. Un día la pequeña se acercó a su mamá, la abrazó y disparó a bocajarro “Estoy feliz mamá, ¿sabes por qué? ¡Porque sé que este año habrá un integrante más en la familia!”. El corazón de la madre saltó ante la declaración. Contuvo la respiración mientras los pensamientos se le agolpaban en la garganta “¿ah sí?”  “Si mamí, vamos a adoptar otro perrito”, “ja ja… no creo corazón… ja ja”.
Llegó el tercer mes de embarazo y el ultrasonido mostraba imágenes portentosas de un diminuto niño sano que demostraba que los milagros suceden todos los días y que los tenemos al alcance de la mano. El doctor hablaba mientras sus padres se enamoraban del pequeño que aún no los conocía. Salieron del consultorio eufóricos y con las conciencias libres de gritarlo a los cuatro vientos. Llamaron a los abuelos y se que quedaron de ver con ellos para darles la noticia. Pero esperaron un día más para hablar con la niña.
Fue así como una tarde de domingo en febrero los papás de Raquelita la sentaron en el sillón de la sala y le dijeron: “¿te acuerdas que querías un hermanito?” “Si, pero ya me dijeron que no se puede” “Pues, lo que pasa es que te tenemos una noticia, en la panza de mamá hay un bebé”. Ella miró desconcertada al papá que siempre anda de guasa “¿no es broma?” “No mi vida, vas a tener un hermanito”.
Se paró de un salto y se volvió a sentar. Luego lloró sin consuelo para ponerse de pie nuevamente y comenzar a reir y gritar, abrazando y derramando aún más lágrimas, pues cuando el sentimiento es tanto, no cabe en el cuerpo y por algún lado tiene que salir.
Lo que siguió fue pura felicidad y esperanza. Se arregló el cuarto para el bebé. Se compró cuna. Vinieron las fiestas y las revisiones. Con colores la niña decoró el vientre de la mamá donde se veía con una familia con una niña feliz, un perro y un gato, pues Xavi tenía que ver a donde iba a llegar. Abuelos, tíos y amigos participaron de la felicidad y acompañaron a la soberana de Raquelandia en  la espera que se sentía corta e interminable al mismo tiempo. Con el cariño que siempre han tenido y demostrado, ayudaron a despejar dudas y encontrar seguridades donde parecía que sólo había incertidumbre.
A la una y media de la tarde del 16 de Julio del 2014 llegó al mundo Xavi, quién urgido de participar en las festividades quiso adelantar un mes su llegada. Más pequeño sin duda de lo que la niña esperaba, y desde luego no podía jugar todavía. Tendrían que pasar un tiempo para que hiciera algo más que comer y dormir. Pero era poca cosa ante la llegada de este compañero que habría de compartir camino con ella y a quien podría mostrarle poco a poco todos los recovecos divertidos y luminosos, los pasajes obscuros y los puentes inciertos que dan miedo, las llanuras de paz y la música que en todo momento puebla la hermosa isla de Raquelandia.